CONVERSACIÓN ENTRE NUBE Y TIERRA

 

 

Qué caprichosa es la vida. Te llevó donde nadie tiene a bien volver y contarnos cómo es vivir entre las nubes. No me extraña; qué buena elección hicieron contigo, aunque no pensaron que aquí dejarías una familia tatuada hasta en el alma con todos tus recuerdos.

 

Cómo ha pasado la vida…

 

Mamá, felicidades por tus setenta y tres años. Han caminado ya treinta y seis años con sus lunas y sus soles desde tu despedida. ¿Cómo estás? ¿Quién te cuida allí? ¿Me reconoces? Soy Susi, tu gorda, así me llamabas, ¿lo recuerdas?

Ay, mamá, te veo igual que cuando te fuiste. ¡Qué pelo tan bonito! Esas ondas me hacen sentir que estoy frente a las olas del mar con bandera roja.

Tu rostro parece un algodón, será el reflejo de esa túnica. Resalta tu belleza más aún, te queda tan bien, tan bien, bueno, no saben los ángeles que eres mi madre, la más bella del universo.

Papá seguirá pareciendo un caracol mientras te vislumbra, ¿dónde está? ¿Seguís tan enamorados?  Ay, que no puedo hablar de vosotros, que trago saliva y vuelvo a tragar. No estoy desolada, solo os echo de menos, sobre todo a ti. Cómo me gustaría que pudiésemos soplar las velas juntas, maquillarte… Cómo te gustaba, ¿eh? También cuando te arreglaba el pelo. Cuando me lo lavo, hay veces que necesito imaginarte echándome agua al cabello con una jarra, con la bañera llena del agua que había dejado la mayor.

¿Sabes, mamá?: mi vida sentimental no ha sido muy afortunada. Quizá porque todavía espero a alguien que me mire como un diabético al escaparate de una pastelería o a un caracol como papá. Pero no te preocupes, que estoy bien. Mis letras ahora son el amor de mi vida, las cuido y me despiertan un interés desmesurado, tengo tanto que aprender de ellas. Si me vieras. Me paso el día leyendo y escribiendo, tus amigas me leen, me lo comentan en Facebook. Tú no conoces esta red social, pero ella a ti sí. Conserva todas las cartas que te llevo escribiendo por tu cumpleaños, lo almacena todo: padece el Síndrome de Diógenes. Las letras son mi refugio, como el cajero que da calor y protección a un vagabundo.

Tengo tantas preguntas para hacerte, ¿sabes? Aunque me apena no volver a verte, te pienso y mis emociones suben y bajan con misma intensidad que los dolores de un parto. ¡Qué parecidas somos, mamá! La gente del pueblo y nuestra familia, me dicen:

 

––Susi, eres como ella, parecía un tsunami, arrasaba por donde iba llamando la atención y las miradas de todo el mundo con su alegría y su sentido del humor.

¿Tú crees que he heredado algo de ti? Físicamente sé que no, ojalá hubiese sacado tus facciones, pero, para la poca salud que me acompaña, no me puedo quejar. Ya te contaré más detalles, tenemos toda la vida, no esta, es obvio, que nos la roban sin pedirnos permiso. Allí estaremos eternamente, nube y tierra. Uf, te vas a sorprender de lo que la vida me está regalando. Dime una cosa, ahora que no nos escucha nadie, ¿mamá, a que eres tú quien escribe mis textos? Venga susúrrame. Me tomaré la licencia de creer que mi pluma eres tú y mi sombra. Cuando la diviso me sobresaltas, como hacías cuando te escondías debajo de la cama. ¡Cómo te gustaba jugar! Eras una niña a la quien la vida hizo mujer, pero eso sí, una mujer de bandera, como el distintivo de los colores de nuestro país, roja, como la pasión que ponías a todo y amarilla como la luz que desprendías. Perfumada de elegancia, la eterna elegancia…, alegre, como una pandereta en las manos de un niño.

 

Uy, que estoy recordando cuando te subía la bata y me decías:

––Suuusi, estate quietecita, que te la estás ganando––.  Medio minuto después, corrías con la zapatilla en mano. ¡Cómo escocía! Y qué bien me sabe hoy ese escozor. Gracias por tantas evocaciones, mamá.

 

Ah, que se me olvidaba, que no te lo he dicho: ya sé abrazar, me ha enseñado alguien que, como tú, desprende alegría a raudales. Mira que irte sin darnos un abrazo; ya ajustaremos cuentas.

 

Bueno, ya voy a dejar esta conversación muda, ciega e infantil, ¿no te lo parece?

No sé hablarte como una mujer, déjame que siga siendo tu pequeña. Hay cosas que la mente no quiere borrar; cómo se lo agradezco. Soy lo que dejaste, una niña que te echa mucho de menos, pero no te pongas melancólica, que hoy es tu cumpleaños y si no me enfado contigo.

 

Mamá, utilizo los verbos para despedirme; pasado, con mucha nostalgia. Presente, cómo todas las horas del día. Futuro, nos veremos. Da un beso a todas las nubes y envía uno para mí y que el viento me lo haga sentir.

 

Feliz cumpleaños, mí nube desde la tierra…

 

©Susana Fraile

12 Noviembre 2021

 

 

 

 

 

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