ILUSIONES ROTAS

 

CAPITULO I

 

Me levanté un domingo, quise proyectar algunas dosis de alegría en aquel momento. Mis ademanes camuflaban cualquier atisbo de mi tristeza. Siempre utilizando mi sentido del humor a modo de supervivencia, pero les confieso que en mis aposentos derramo caminos de lágrimas, ellas contenían toda la pena que atesoraba mi alma, en aquel tiempo. A veces el dolor y las decepciones son tantas, que duelen, duelen mucho. Fue un motivo de desesperación el desencadenante de esta decisión.

Mi hija se casaba y me negué a pasar por el protocolo que me había impuesto para estar en su boda, como un invitado más. Quería ser la madre de la novia y disfrutar del lugar que me correspondía como tal. Tenía bien merecido ese honor, renuncié a mi juventud y al amor por querer que ella estuviese en mi vida. Cuando me hice la prueba de embarazo y dio positiva, todos mis sueños se esfumaron como lo hace el humo de una chimenea en una noche otoñal. Se me amontonaban mil preguntas en la cabeza. ¿Sería capaz de ser madre, siendo una adolescente? Me bailan las piernas de pensarlo. Cuanto sufrimiento velé durante doce años que duraron mis nupcias.

 

Cuánto te eché, cuánto te echo y cuánto te echaré de menos siempre. Cuánto habría cambiado mi cuento si la vida no te hubiese llevado donde residen los ángeles, mamá.

 

Me aterrorizaba decírselo a mi padre, no sabía cuál sería su reacción. Pasadas unas horas y aun estando en estado de shock, se me pasó por la cabeza cómo sería la cara de mi niña y entré en bucle a pronunciar la palabra, mamá. Me gustaba tanto, tanto…quizá porque la vida se había encargado de disiparla de mi boca. Aquel error de juventud finalizó en casamiento y unos meses después nació mi medalla. Tenía una carita…, que cuando la miro después de treinta y dos años, me hace pensar que ese error fuera lo mejor de mi vida, gracias, hija.

 

Me metí en Internet y como siempre había querido aprender inglés, por saber el significado de las letras de mis canciones favoritas, me dije «Susana, vete a Liverpool» Y me dejé llevar por mis impulsos. Inicié la búsqueda…

Aparece una familia que necesitaba una babysitter a cambio me pagarían una academia para aprender inglés y la comida. Otra vez iba a ejercer de mamá, aquel hecho hizo que pensará que lo de ser madre era de lo mejor que había hecho.

En unos minutos estaba, vía Skype, con aquel hombre. Se preguntarán como pude mantener una conversación con él, ¿verdad? Les cuento, ¿se imaginan a Gracita Morales? ¿recuerdan a esa gran actriz? Este guiño es para ella, pues me sentí como ella. Me visualicé con la cofia, diciendo “ya voy señoritooo…”.

Se enciende la pantalla del ordenador y aparece ese hombre que me recordaba a Benny Hill, me presenté con mi sello de identidad y el idioma universal, mi sonrisa. Empecé diciendo el típico, Jelou, y sonriendo. Él me preguntaba y yo no sabía decir ni mu, pero no se crean que me hice pequeña, así que, ni corta ni perezosa seguí metiendo palabras de mi cosecha inglesa. Él escribió en el chat de Skype que le gustaba mi aspecto que el mismo le generaba confianza.

 

–– No se preocupe, le va a llamar mi amigo en unos minutos, él habla inglés perfectamente – le respondí en el chat.

 

––Espero su llamada y después nos contamos. Ojalá quede convencida y se venga con nosotros. Será un placer tenerla como un miembro más de la familia. ––contestó.

 

Llamé a mi amigo, Manuel, ya que él había estado viviendo cinco años en Liverpool. Le conté todo lo que me traía entre manos y muy entusiasmado me dijo:

 

––No te lo pienses, siempre quisiste aprender inglés, esta es tu oportunidad. Déjame que llame a este hombre y te vuelvo a llamar

 

––Ya, Manuel, toma nota del teléfono…, pero a ver para qué es, entérate bien, que me veo allí con media docena de niños y todo el día con el aspirador y friega que te friega… cantando el » que tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones…».

 

––Ains, Susi, te admiro por tu valentía, pocas mujeres, abuelas cómo tú, las veo envueltas en este tipo de aventura. Enhorabuena por tu coraje. Venga, le llamo y te cuento. Ya tienes titulo para tu novela “Abuela made in spain en Liveerpool”.

 

Que ataque de risas mantuvimos, que complicidad hemos tenido siempre.

 

Los minutos se me hicieron eternos. Por fin paró el cúmulo de pensamientos que se agolpaban en mi mente, con la llamada que traía la respuesta de Manuel.  Descolgué el teléfono como si fuese la de una cita con el primer amor, derramando nerviosismo por todos los poros de mi piel.

 

––Susi, es encantador el hombre, casualidades de la vida, el que fue mi jefe le conoce y ya está todo resuelto. Por fin vas a cumplir uno de tus sueños. Te vas a Liverpool. Lo único que me da mucha pena que sea por este motivo.

 

––Lo sé, Manuel, no me hables más de ello, no quebrantes este momento tan mágico.

 

––Bueno, aquí no vuelvas hasta que no aprendas bien el idioma.

 

––Hablaremos en inglés a partir de ahora y hazme un pequeño cuaderno con frases cotidianas y me lo envías por correo electrónico para imprimirlo.

 

Soltó una carcajada.

 

–– Pagaría por verte allí ––De nuevo florecieron sonidos de alegría entre nosotros––. No hace falta que le llames. Me ha dicho que te compre el billete. Te tienes que ir dos años porque no quiere tener adolescentes, dice que enseguida echan de menos a la familia y se van, así que, piénsatelo bien. Evidentemente nadie te va a atar allí. Si no estás a gusto, te vienes. Susi, el invierno es muy duro, no te quiero asustar, pero no lo tomes como algo divertido porque no lo es.

 

¡Madre mía! Estaba pletórica. Era domingo y Manuel me había dicho que el billete era para el martes.  Cuánto agradecí que no tuviese tiempo para pensar en esa huida. Eso es lo que era, huía del día de la boda de mi hija para que no me hiciese daño y no agonizar.

Llamé a mis hermanas para comunicárselo, pero solo les dije que tenía algo muy importante que contarles.  Como siempre deseaban que tuviese pareja se pensaron que irían los tiros por ahí. Estábamos comiendo en un restaurante, en Chinchón, pedimos el postre y dejé junto con mi porcentaje económico de la comida, el billete de mi vuelo encima de la mesa. A mis hermanas no les iba a hacer gracia que me fuese. Mi hermana la pequeña dijo:

 

––¿Esto qué es?

 

––Un billete para Liverpool, me voy a vivir allí dos años.

 

Sus caras en aquel momento eran dignas de estar en el museo de cera, mi cuñado me dijo: ––Di que sí, Susi, me alegro ––. Mis hermanas argumentaron.

 

–– ¿Dónde vas a ir, si te pasas media vida en el hospital?

 

Esa respuesta entró en mi conducto auditivo como si fuese una descarga eléctrica, me hizo regresar a la realidad. Es verdad, pensé; ¿y si me pasa algo? Solo fueron unos segundos.  Les contesté: – también me puede pasar aquí.

No hubo ni un gesto de alegría en sus rostros, esperaba un “disfrútalo”, cuantas cosas nos cuenta el cuerpo que la boca calla. Su mutismo lo interprete como un, no te vayas, que lo nuestro no sería igual si al ramo le faltaba una rosa, que éramos cinco rosas que mis padres dejaron en el mundo para que sus ausencias nunca perpetuasen.

Llegué a casa y preparé maletas, escribí un email al que sería el patriarca de mi “familia” en Liverpool, diciéndole lo feliz que me sentía y que Manuel ya me había contado todos los detalles. Creé un grupo de WhatsApp, con todas mis amigas y personas que percibí que les gustaría saber de mí. Ahí di la noticia, de mi aventura.

Bueno, todo preparado, hice fotos de mi casa, grabé música, fotos de mis hijos, nietos, hermanas y como no, de mis padres. Mis pupilas querían retener todo lo visible para poder mitigar mi pena, cuando tuviese momentos de nostalgia. Sonó el despertador, estaba despierta, enseguida lo apagué, no había podido dormir.

No dejaba de pensar por el motivo que partía, la niña de mis ojos se casaba y yo , como las golondrinas.

Me llamó mi hija por teléfono para comprobar que no me había dormido. ¡Puf! Se me están cayendo las lágrimas sobre el teclado, recordándolo. Mi hijo se despertó vino al borde de mi cama, nuestros ojos empezaron a decir lo que nuestras líneas de expresión silenciaban, sujeté mis lágrimas, tragué saliva y me asomé a la ventana, me faltaba aire. Ya no había marcha atrás, me iba de mi piso que tanto esfuerzo me está costando pagar. Me miró con una expresión… como hubiese querido que me dijese que no me fuera.  En aquel momento deseé que se parase el mundo, lo interrumpió el sonido del timbre anunciando la llegada de mi hija, abrí y le mostré una risita envuelta de falsedad. Me sentí como si fuese un cristal y la pata de un elefante me hubiese pisado. Asustada cual niña perdida en una playa. Sudaba igual que una mujer cuando la abandona el calendario de su fertilidad. Puse un beso en la mejilla en aquel óleo con la imagen de mis padres, les pedí que me cuidase una vez más con la ayuda del Todopoderoso. Esnifé el olor de mi hogar con tal fuerza que me recordó mis paseos con olor a tierra mojada.

Ojalá se pudiesen guardar los olores en un cofre. Cerré los ojos, y visualicé todo lo material de mi hogar, estoy tragando saliva, me perdonan, ¿verdad? Tenía tantas emociones encontradas. No quiero contarles lo que me produjo decir adiós a mis hijos. Solo en la agonía de despedirme fui capaz de comprender la profundidad del amor que sentía por ellos. Retener aquel instante en mi mente me provocó un desconsuelo desmesurado. Mis lágrimas se expandieron cual lava de un volcán. –– Hijos, esto no es un adiós, es un gracias por todo lo que me habéis aportado –– dije.  ¡A tomar viento! Todo el rímel diluido.  Mostramos una mueca divertida tras esa frase de supervivencia. En el aeropuerto experimenté lo que es un ataque de ansiedad, fuimos a cambiar euros en libras. Ellos me miraban y yo sonreía, qué ejemplo les iba a dar, si les decía que ya me estaba arrepintiendo. Cuando monté en el avión rompí a llorar como lo hice el día que me dejó físicamente, para irse al cielo, mi mamá. Desconsolada, a quién le contaba que estaba muerta de miedo, que soy muy impulsiva, que esta me pasaba factura siempre, que mi vida no tendría sentido si no podía dar el beso de buenas noches a mis hijos.

 

Llegué a Liverpool. Encendí el móvil y puse un mensaje a “Benny Hill». Me respondió diciéndome que llegaba en unos minutos y me indicó la salida que tenía que coger para encontrarme con él. Utilizaba el traductor del teléfono que de tantas me estaba salvando. Le pedí ayuda a una señora, ya que no hallaba cuál era la salida que me había dicho.

Miré y miré y allí estaba él. ¡Qué coche! Salió de ese Mercedes-Benz y me ayudó con mis tres maletas. Llevaban de todo, menos los besos y el olor de mis hijos y nietos.

Me recibió con un guiño, le contesté con el mismo gesto y él empezó a hablar como si yo dominase el idioma. Se quedó como una pista de esquí, cuando me escucho decir jelou. Me provoca una carcajada su aspaviento. Le acerqué mi móvil para que su voz la tradujese el traductor. Lo que me pude reír a pesar de estar todavía bajo los efectos de la despedida más dolorosa de mi vida.

Cuando llegamos a la casa, eso no era una casa, era una mansión, me presentó a dos hombres, los tenía contratados de jardineros, con esto se pueden imaginar las dimensiones del jardín. Primer momento de alegría, viendo esos jardineros me dije, pues oye, parece que va a compensar estar aquí, ¡qué dos hombres más bien decorados! Quedaban fenomenal en aquel jardín, ya tenía algo que contar a mis amigas, tenía para hacer un monólogo super divertido, título de este “Gracita Morales y los jardineros decorados”.

Mi cuarto de ocio era más grande que mi piso. Tenía billar, una diana para jugar a los dardos, música de todos los estilos, un sofá de piel, que te invitaba a sentarte en él. La televisión era gigantesca. Empezó a llamar a Budy, yo pensé que sería su mujer, pues no, era el perro que tenia que sacar a paseo y cuidar.  <<pero, que nombre es ese>> me dije. Se llama como mi amiga. Desde ese momento a Benny Hill le bauticé con el nombre de Jarillo (los motes de los pueblos, ya empezaba a echar de menos el mío y no había hecho nada más que aterrizar), así se llama el marido de Budy, por cierto, qué hombre más genuino, recordando los gestos de Jarillo me transportó a una anécdota jugando a adivinar películas, a través del lenguaje corporal, tuve que desarrollar la película de “Nueve semanas y media”, ¡madre mía! Que carcajadas imitando a Kim Basinger, fui hacia la puerta y empecé a moverme creyéndome mi papel de actriz durante unos minutos, llevaba un moño y me solté la melena, ¡qué movimientos! … al día siguiente me dolía hasta las uñas de los pies, no se crean que a pesar de darlo todo, no la acertó, que no la había visto, argumentó. ¿Quién no había visto semejante obra maestra de la sensualidad? Ains, que seria de mi vida sin todas estas vivencias.

No, no sabía mi función de cuidar a un perro, soy alérgica al epitelio del perro, al del gato y al de la crin del caballo, ¡la madre que parió a Manuel! No me comentó nada. Cuando llamé a mis hijos y hermanas, contándoles la anécdota, se reían sin parar. Sabían de mi miedo, debido a varios ataques de ellos siendo niña, me olerían el miedo. El tamaño de Budy era como un póney, pero indefensa, la pobre estaba muy mayor.

Debía ocuparme de Budy, hacer la compra y pasar el aspirador. Todo era un trueque como lo hicieron nuestros antepasados.

 

La aventura no había hecho nada más que empezar…

 

Continuará.

 

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