Susana es una mujer que no para quieta, que le posee la inquietud y ahí que se lanza a la aventura. Da igual el lugar donde se encuentre, ella sacará el color rosa de cualquier circunstancia, aunque esté ingresada en un hospital en mitad de una pandemia, aunque su cuerpo y su alma le duelan, no importa, con su humor y su sonrisa ya se encarga ella sola de hacer un bálsamo refrescante para sanar las heridas y tirar pa´ lante. No conoce la palabra aburrimiento ni la quiere conocer, así que huye de ella diciéndole adiós con la manita, cogiendo su pluma y escribiendo desde lo más profundo del corazón, reabriendo sus heridas, para luego volver a cerrarlas con el ungüento de su ternura, su risa y su imaginación.
La conocí un día que se puso en contacto conmigo después de que una amiga le dijera que yo era escritora. Y con el arrojo que la caracteriza me pidió amistad por Facebook. A los cinco minutos ya estábamos hablando por teléfono y lo siguiente fue entrar a formar parte de un grupo de escritores que compartían sus escritos y experiencias por Whassap.
Susana había empezado a escribir como una manera de plasmar su alma en un papel, porque tanto sentimiento no puede tenerlo uno dentro, si no explotaría. De ahí que ganara un concurso de relatos dedicado al Día de la mujer. “¡Pero si sólo he expresado lo que siento y he hablado de mí!” Contaba ella sorprendida. “Ya, pero no todo el mundo sabe hacer eso”, le decía yo.

Hay personas que escriben y escriben y escriben. Inventan, inventan e inventan. Pero si no plasmas tu alma, tus sentimientos y tu corazón, no eres más que un autómata describiendo la simplicidad del mecanismo de un chupete. Ella más bien se lanza a describir el funcionamiento del universo. Es su profundo mundo interior lo que le da alma a sus escritos.

Inma Martín del Campo

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