LA CURANDERA

 

Isabella nació en una familia de Estados Unidos. Fue una niña muy deseada, pero a sus padres les envolvían muchos misterios e incógnitas, ella siempre salía huyendo de los conflictos que había en su entorno.

Iba creciendo y todos sabían que era especial, pero el pueblo lo omitía, ningún vecino se atrevía a preguntar, no sabían cuál podría ser la reacción de los padres.

Los días, años y la vida iban pasando…

Aquella niña que hasta el nombre tenía bonito, germinó en una época que no iba acorde con su vida y su forma de verla. Era tan curiosa, con una mente tan inquieta, todo le provocaba interés. No encontraba por más que intentaba averiguar, que sus propios padres omitiesen cualquier tema o pregunta que no fuese cotidiana, parecía la familia de los mudos. En ese hogar por llamarlo de alguna manera, nadie hablaba, todo aparentemente era perfecto.

 

Tenía síntomas más que evidentes, todo hacia sospechar, que se le estaba manifestando una enfermedad mental y que por más pruebas médicas que le hacían no sabían darle un diagnóstico contundente.

––¿Ella es feliz? –– tuvo la osadía de preguntar un médico, que precisamente era el que más interés estaba mostrando por el caso de Isabella. Parecía que aquellos profesionales estaban investigando una enfermedad, que ni siquiera sabían si tenía, o todo era fruto de su mente, puesto que no se podía evaluar ni diagnosticar. La madre sonrió sin pensar que aquellos médicos le estaban dando muestras sutiles de que su hija no estaba bien mentalmente.

 

–– Solo tienen que verla ––respondió. << El amor de una madre es tan incondicional>> pienso.

 

Siempre tenía alguna conducta nueva y ni los propios médicos sabían que explicación dar a sus padres. Todos estaban sorprendidos.

El cura del pueblo la bendecía todos los días con la mejor intención, para ver si sus oraciones llenas de esperanza y los poderes que desde el cielo le habían sido otorgados servirían para algo. ¡Qué buena fe la de aquel cura! Y dio su fruto, seguro.

 

A sus padres les hablaron de una curandera de un pueblo cercano y no se lo dijeron a nadie. Guardaron aquel secreto como el que guarda un tesoro. Fruto de la desesperación por el problema de su hija, no se lo pensaron dos veces y planearon cómo ir. Las diligencias ofrecían un servicio regular entre poblaciones.

Se pusieron en contacto con don Ariza y le preguntaron el precio de aquel viaje de ida y vuelta. Muy desolados y con mucha desconfianza, ya que ellos no eran partidarios de esas artes y conjuros. Con todo y con eso, por ayudar a su hija, lo hicieron.

 

El viaje fue muy largo y agotador, Isabella no paraba de reír a carcajadas muy estridentes. A ellos mismos que eran merecedores del titulo de la paciencia, algunas veces maldecían el ansia de la llegada al mundo de su hija. Llegaron por fin al pueblo y en el trayecto ya iban comentando que si se curase su hija lo nombrarían el pueblo curandero. Estando ya hospedados allí fueron preguntando a toda persona que se cruzaba por su camino: –– ¿Nos pueden decir dónde vive una curandera que sana tocando la cara? Los vecinos clavaban la mirada en Isabella, indefensa y exhausta por todo lo que le rondaba. Los gestos de aquellas personas denotaban en su mirada que decían: << ¡pobres! A otros más que va a engañar doña Julia>>

Esa villa era más misteriosa que los entresijos de la enfermedad de Isabella. Parecía que algo escondía, en una especie de mutismo en aquellas personas, que no se sabía si eran cómplices o encubrían al sheriff por temor a sus represalias. Lo dirigía todo en el pueblo sin ley, bueno sí, la que imponía él.

Era un funcionario electo y, por tanto, no había sido elegido por las autoridades políticas, sino por el pueblo. Se trata de una tradición exclusivamente estadounidense que se ha mantenido hasta nuestros días.

 

 Calificado y mencionado como el sheriff más justo de la historia de sus alrededores, Hortelano fue el sheriff más famoso, fue conocido por protagonizar buenas acciones en el Viejo Oeste.

 

El sheriff Hortelano nació en un pueblo de Illinois en 1848 y desde joven su destino se ligó a la seguridad, ya que empezó a trabajar como ayudante del comisario de Douglas City (Kansas) en 1878. Más tarde se trasladó a Tombstone (Arizona) donde llegó a ser marshall del condado. Junto con sus hermanos Reeves y Neeson formaron un clan familiar, con el que se enriquecieron a base de chantajes y corrupción.

 

Todos eran conocedores de su poder. Desviaban la mirada para que dicho poder nos les afectase. Se acataba todo lo que él dijese tan solo con su encaro.

 

A los padres de Isabella les encantaba la música clásica. Caminando por esas calles y mirando las casas, que tanto les llamaban la atención, escucharon música, se pararon porque era una pieza que a ellos les traía buenos recuerdos. Era de Edward Elgar “Harmony Music No. 1” ¡Qué gusto musical más exquisito! Solo disfrutaron unos minutos, en cuanto percibieron que no eran del pueblo, enseguida interrumpieron esa pieza musical, celestial para los oídos de la familia, que tanta paz necesitaba.

A buen presagio le llegó la información al sheriff de que unos padres merodeaban buscando a la curandera. Él hizo honor a su poder y empezó a dar vueltas por el pueblo hasta encontrar a esos forasteros, se percató enseguida quienes eran. Tenía familiarizadas todas las siluetas y pensó:

–– Estos deben ser los que se rumorea que buscan a la curandera.

Pasó por allí con su coche que parecía que llevaba una chimenea atada, echaba más humo que el desplome de una mina.

Salió del vehículo y lucia como si fuese un Rey. Su vestuario no le hacia honor al cargo que desempeñaba, era muy deslucido tanto como el coche minero.

––¿De dónde son ustedes? ¿Y qué quieren de este pueblo? Aquí no queremos problemas, los únicos que tenemos son los que las personas ingratas como ustedes traen para enturbiar la paz de la que aquí gozamos––. ¿Son ustedes los que vienen a que curen a su hija?,–– preguntó––. Les diré que esa dichosa curandera necesita más ayuda que nadie, pero a ver–– exclamó el sheriff–– ¿Ustedes cómo pueden creer que una mujer puede curar tocando la cara? ––Cómo se burlaba de la única posibilidad que les quedaba a esos padres –– ¿No se dan cuenta que quiere es sacarles el dinero?

Su desesperación les invitó a omitir aquel comentario y por vergüenza le expresaron que también iban a visitar a un conocido, que ni siquiera sabían si seguiría allí viviendo.

No sentían ningún reparo en decir abiertamente el problema de su hija, al no conocerles nadie era más fácil no recibir críticas.

Aquellos vecinos no daban crédito a lo que esos padres decían. La veían tan normal, lo que les llamaba la atención era que reía sin ton ni son, a carcajadas.

 

Encontraron a doña Julia, ese era el trato que le daban en el pueblo. Era de las pocas personas que lo recibía. Se miraban y pensaban si sería por respeto, pero todo el pueblo se dirigía a ella como si fuese algún personaje importante. Sintieron alivio, a la par que un miedo desmesurado. La casa era como un palacio, pero sin vida, cientos de metros de terreno y con una fuente de piedra más seca que las esperanzas de los padres de Isabella. Llamaron a la puerta, la chica del servicio doméstico les abrió, solo verla a ella y el interior de la casa les produjo un escalofrío. Había cientos de velas, los ventanales cerrados, silencio absoluto, se escuchaba hasta el resuello de todo. Isabella empezó a sentirse muy irritable, estaba incómoda. Hicieron las presentaciones oportunas y de manera repentina algo ocurrió en el estado anímico de doña Julia. Notó algo especial en aquella niña. Les hizo cientos de preguntas a aquellos padres, que por una vez ansiaban que su hija soltase sus carcajadas sin motivo. De repente Isabella dejo de dar esas carcajadas tan impulsivas y descontroladas.

La noche anterior cuando Isabella concilió el sueño, sus padres se miraron como nunca lo habían hecho y sus miradas los delataban. Desnudaron sus almas, se abrazaron, por primera vez reaccionaron como una familia normal. ––Nuestra Isabella–– dijo el padre con voz temblorosa y totalmente derramado–– no es normal, ¿verdad? ––La madre rompió a llorar, por fin se atrevieron a confesarse a ellos mismos lo evidente, su hija tenía algún tipo de patología mental.

–– Sea lo que sea, es nuestra hija, así que, haremos lo que haga falta––contestó.

Fruto de la desesperación porque su hija pudiese llevar una vida normal, exclamaron –– Iremos donde haga falta hasta que encuentren solución.

Jamás esa revelación consensuada saldría a luz, ni les darían ningún indicio a los médicos. Solo ellos se veían con el derecho y potestad de pensar eso de su niña. 

 

A doña Julia, según se iba acercando Isabella, empezaron a aflorarle lágrimas a modo de cascada, no era capaz de controlarlas. Empezó a tener como espasmos, algo le estaba provocando la visita de esa niña, la asistenta estaba muy pendiente y aquella situación le estaba preocupando. –– ¿Se encuentra usted bien, doña Julia? ––le preguntó varias veces. A doña Julia su don de curandera le estaba pasando factura, pensaba la asistenta.

Desde luego los padres de Isabella no estaban apreciando un comportamiento especial, obvio, ellos no conocían a doña Julia, como para imaginar que tenia cambios emocionales. Les consoló y pensaron, otra como nuestra hija, por un momento se sintieron alentados.

El llanto continuaba y en unos segundos reaccionó, se secó su fuente de lágrimas, y pidió a los padres de Isabella ––por favor, ¿puedo ponerla sobre mi regazo? –– Los padres contestaron con cierta incredulidad, ––por supuesto, es usted quien nos va a ayudar.

Pasaban los minutos y las carcajadas de Isabella no daban signos, parecía que se hubiesen evaporado por arte de magia. De nuevo surgió el cruce de miradas de los padres y se decían a modo de pensamiento, al final esta curandera va a curar a nuestra niña. Estaban muy expectantes, junto con la asistenta, que nunca la había visto transformarse así, desde que, a ella, siendo niña, la dejaron allí para que doña Julia estuviese atendida y no le faltase de nada. Aun así, los padres insistían ––Espere, que a veces se demoran.

 

Doña Julia lo tuvo claro desde que entró por la puerta, Isabella era su hija. La tuvo que dar en adopción porque el sheriff Hortelano, le dijo que si no la entregaba la mataría. Aquel hombre solo argumentaba que no podía deshonrar a su mujer y familia. Tuvo que dejar en un orfanato a su niña de la sonrisa dulce. Desde entonces no es que le llegase ese don de curandera, solo pretendía con esa misión encontrarse algún día con su cara, que fue lo último que hizo al entregarla al orfanato, tocarla, mirarla, olerla…  saliendo de aquel lugar donde dejó a su niña de la sonrisa dulce, se propuso encontrarla. Algún día la volvería a ver y la reconocería por su cara, aquella que dejó ir por miedo a que el sheriff la matase.

 

Isabella no tenía ninguna enfermedad. Sus carcajadas solo eran manifestaciones del destino que quiso que sus síntomas la llevaran a conocer a su madre biológica. Cuando aparecían esas carcajadas sentía algo especial y una exaltación por todo el cuerpo, era como si la sangre de sus venas la estuviese invitando a ir en busca de esa curandera, a la que el destino estaba esperando. Quién iba a imaginar que aquellas carcajadas la harían conocer el secreto más atesorado de la familia, era adoptada y jamás se lo confesaron. Aquel acontecimiento cambió sus vidas y el de doña Julia.

 

Los padres de Isabella tras conocer toda la historia y por miedo a perder a su hija, pidieron a doña Julia que se fuese a vivir con ellos y así jamás se separaría de su hija. Se llevarían aquel secreto a la tumba. Todos pensaron que aquella familia era tan generosa que la curandera vivía con ellos en señal de agradecimiento por haber curado a su hija.

Aquellas carcajadas cesaron, se sustituyeron por las risas y la complicidad de tener la suerte de vivir con dos madres. << ¡Qué envidia siento de Isabella!>> pienso.

 

 A doña Julia le pareció un milagro que después de tantos años pudiese estar al lado de su niña. Pero le faltaba algo, se sentía muy apenada, echaba de menos a su sheriff.

 

Dando un paseo ambas madres y su hija, vio a través de un cristal un libro con el titulo “El Sheriff” empezó a sentirse muy agitada, pasó, lo compró y lo pagó sin apenas poder contar los dólares, le temblaba todo, salió de allí con su novela en mano, pero totalmente desencajada y muy pálida.

Isabella le dijo –– ¿Quieres que vayamos a saber de él?

–– No sé de qué hablas––contestó doña Julia.

Isabella le dijo: ––mamá, he leído tu diario, te pido disculpas por mi osadía, entiéndeme, quería saber de ti, cómo fue todo y por qué nunca en casa no se podían hacer preguntas. Sé que no lo debía haber hecho, pero eres mi madre y quería conocerte. Ahora entiendo el mutismo de mis padres ante ellas.

 

Pasados los años y a pesar de la atrocidad que la obligó a hacer, doña Julia seguía enamorada como el primer día de él. Enviaron a una persona de plena confianza para que fuese al pueblo Curandero y preguntase por él. Se encontró con la noticia de que hacía unos meses había fallecido. Precisamente había dejado un paquete para doña Julia, pero al no saber su domicilio no se lo pudieron entregar. Estaba envuelto con un trozo de tela y con cuerdas muy de su estilo, desaliñado. En el paquete, había fotos, cartas, regalos y toda una confesión.

En aquellas cartas se delataba mostrando sus secretos. Toda la vida había estado enamorado de doña Julia, pero a pesar de ser el hombre más respetado, nunca tuvo valor para decir, que su curandera era el gran amor de su vida. La asistenta que doña Julia tenía fue proporcionada por él, no quiso que le faltase de nada. Fingía delante de la gente que era una curandera que estaba loca, y cómo no lo iba a estar, perdió a su hija y al amor de su vida. Ambos de cara al pueblo simulaban no conocerse, si es que alguna vez se cruzaban, por eso doña Julia nunca salía de casa, ni abría ventanas. No quería ver al gran amor de su vida con su familia, habiéndose quedado ella sin la suya. Solo tenia recuerdos muy dispersos, se propuso olvidarlo, pero…

 

A doña Julia, que hubiese dejado por escrito que el gran amor de su vida fue ella, le sirvió para que mereciera la pena tanto sufrimiento, al menos estaba segura de que sus sentimientos y su historia de amor no fue algo fugaz y no eran pensamientos de una curandera loca. Fue un amor tan intenso y auténtico que se fue al más allá con el mismo ímpetu que el primer día que se conocieron.  Que todo ese mal carácter que prodigaba solo era fruto de la cobardía que tuvo y el enfado interno que le generaba no poder estar al lado de su curandera y hacer daño a la que era su mujer por papeles y a la familia que escogió. Interpuso su felicidad a cambio de la de los demás.

 

Tras descubrir la historia de amor de su padre, sus hijos quisieron conocer a su hermana Isabella. Quedaron en otro pueblo donde nadie pudiese sospechar la historia que había detrás, y dejar el nombre de aquel sheriff, cobarde de amor, pulcro y leal.

 

 

 

Isabella leía el diario de su madre como si fuese el seguimiento de una lectura impuesta. A doña Julia no le gustaba, en aquel diario solo plasmaba lo que su corazón callaba. A pesar de que no le gustaba nada que leyese su hija sus secretos más íntimos y privados. Para romper la tensión de aquella conversación le dijo:

––Mamá, yo no sabía que una mujer de tu edad pudiese escribir tan bien.

––Solo escribo lo que mi alma grita y calla mi boca––contestó.

Las tres se unieron en un abrazo y esa historia se sumó a otro secreto más de esa familia.

Isabella encontró en la lectura un remanso de paz, leía y leía. Empezó a hacerlo de manera compulsiva. Todas las noches ambas madres, después de cenar, se sentaban en el sofá. Isabella en medio, ellas apoyaban las cabezas en las piernas de su hija y ella las leía el libro, ya que la visión de estas no se lo permitía, hasta que su parpados caían por tanto bienestar y situación jamás soñada.

 

La vida quiso ensañarse de nuevo con esa familia, y a ambas madres se les paró el corazón el mismo día y hora, aunque sus almas siguieron velando por su hija.

Al padre la pena y la edad que no perdona le hicieron que no tardase mucho en ir en busca de las mujeres que le habían dado lo mas hermoso de la vida, a su hija.

Isabella se encontraba muy sola y sus lecturas la llevaron de la mano a la escritura. Fue una escritora de mucho éxito, utilizó el seudónimo de “Letras con alma” para que nadie sospechase que era una mujer, y mucho menos la hija de la familia de “los mudos” todo el dinero que le hicieron ganar las letras lo invirtió en construir un orfanato llamado “Orfanato Letras con Alma”. Allí quiso dar el amor que no obtuvo de su madre biológica, y no quería que otros niños pasasen por su misma situación, acogía a todos los que lo necesitaban.

 

 

 

   

 

 

 

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