MI PRIMERA VEZ…

 

Nunca pensé en ir a ver una obra de teatro con alguien al que no conocía de nada, solamente por su voz al teléfono. Parecía ser muy serio, y parco en palabras, pero excesivamente culto. Un hombre culto me resulta super seductor. No sé porque ese hombre generaba en mí un respeto, me imponía: en todas nuestras conversaciones, que habían sido muy pocas, jamás le escuché ni siquiera un gesto de vivacidad o jovial. Si cuento eso a mi entorno, nadie se lo creería, porque conmigo no se concibe un mundo sin risas y juegos.

Estaba muy nerviosa, era mi primera vez. Siempre había visto los teatros en alguna película, imagen o serie. Me hubiese fascinado que la representación hubiese sido en el teatro de Viena, en el concierto de año nuevo. Era uno de mis sueños, pero no fue así. Me tuve que conformar con algo mucho más mundano.

Eduardo, al que le conocí en una aplicación informática de gente soltera (o singles, que ahora el inglés está muy de moda) me llamó la atención desde el minuto cero, desde que le vi en su perfil: su foto me inspiraba serenidad, tranquilidad, cultura, con las ideas claras, alto, pero no creí que acabaría con él viendo una obra de teatro. Empezamos a hablar, a compartir aficiones y después de muchas llamadas telefónicas y muchos WhatsApp me dijo: “Qué te parece si vamos al teatro?”

 

Fui muy espontánea y ni me lo pensé, enseguida le contesté: “Claro que sí”, como si se tratase de un viaje, a algún país paradisiaco, súper entusiasmada, me atreví a decir: “¡Sí, por favor!” Él no se imaginaría que nunca había ido a un teatro.

“¿Te gustan las comedias?”, me preguntó.

“Sí, es más, mi vida es muy parecida a una comedia, así de un tiro matamos dos pájaros”, contesté, mientras me reía.

Estaba entusiasmada con la idea de ir a mis cincuenta y tres años ir por primera vez al teatro. Creo que eso estuvo fuera de lugar, pero, mi impulsividad y sentido del humor a veces me juegan malas pasadas.

“Entonces perfecto, busco en la cartelera y te digo. ¿Te parece bien?”, me dice él.

“Sí, por supuesto, me dejaré llevar por tu buen gusto, ya que musicalmente has conseguido sorprenderme, por los vídeos que me has enviado por WhatsApp, me han gustado mucho siempre. Espero que sigas en esa línea con el del teatro”, le dije.

 

Ahí empezaron mis nervios y mis taras emocionales. Me hacía muchas preguntas a la vez… ¿Y si no le gusto? ¿Y si es demasiado serio? ¿Y si no sabe abrir la puerta a una mujer? ¿Y si es un desgarbado vistiendo? ¿Por qué me imaginaba que no me gustaría?

 

Aparqué en un garaje público de la zona centro, y estuve viendo cuánto tardaría en llegar andando por si me pedía un taxi para que me dejase en la puerta. Otra fantasía más: llegar a un hotel o algún acontecimiento social y que me abran la puerta del coche, previa propina importante, y salir como una reina, fantasías de la gente humilde.

 

Llegué al sitio donde habíamos quedado, yo fui muy puntual, siempre era así. No concibo y lo veo de mala educación hacer esperar a alguien. Iba vestida con un vestido de seda, de color negro, que resaltaba mis curvas, de tirantes, tan finos como el hilo, que dejaban ver mis hombros: me encantan, parece que están tallados a medida como si me los hubiese hecho un marmolista. Iba con un abrigo blanco de pelo, que te invitaba a acariciar para percibir su tacto y cómo no iba a llamar a atención si en invierno se utilizan colores menos atrevidos. Mi estatura tampoco pasaba desapercibida, mido 1,75. Lo tenía claro: quería llamar la atención de cualquier modo. Mi maquillaje era elegante, pero llamativo, quise resaltar mi boca, ya que tengo unos labios muy carnosos, tan de moda ahora, pero con la ventaja de que los míos son naturales. Mis ojos no los quise resaltar mucho, porque creo que brillaban solos y no necesitaban nada que pudiese camuflar ese brillo innato que tenía por vivir ese momento. Mi manicura estaba perfecta, ese día el tinte de mis uñas tenía que ser rojo. El rojo y el color negro me parecen los colores más sensuales para una mujer. El tacón era de doce centímetros de aguja unos “Stilettos”, de mis favoritos, apenas me los había puesto. Siempre los tenía guardados para ocasiones excepcionales. Aunque no dejaban ver mi pedicura impoluta, roja también, claro. Cuidé todo abalorio y complemento que llevaba, mi mejor perfume afrutado, son los que más me gustan.

 

Eduardo se hacía esperar. Ese detalle no me estaba gustando, pero al final como me apetecía tanto sentirme observada, hasta me gustó. Me excitaba muchísimo sentirme admirada por hombres desconocidos, eso consiguió despertar más interés hacia él, porque un ligero retraso denota seguridad en sí mismo, así lo pensé

Llegó impoluto: traje de chaqueta, abrigo, unos zapatos nuevos o seminuevos italianos hechos a mano, camisa blanca, corbata. ¡Esa altura! Olvidé todas mis anteriores objeciones, y le recibí con la mejor de mis sonrisas.

Fuimos hacia el teatro, él ya tenía las entradas, pero no me había dicho nada del título de la obra. Quería que todo fuese una sorpresa.

Cuando veo el título de la obra no podía ser más adecuado: “Cómo reaccionar si no te gusta la primera vez…” Los puntos suspensivos y esa “primera vez” te hacían volar la imaginación, no sabía si era la primera vez de verse, besarse, tocarse o hacerse el amor etc. Me miró y cuando estaba leyendo el título, y sonreí. Bien, es atrevido y jovial, pensé

Había mucha gente esperando para entrar. A él se le pasó el detalle de comentarme si había cenado. Tampoco tenía por qué hacerlo, pero como yo soy tan detallista, me pienso que todo el mundo es igual. Y como si por arte de magia hubiera leído mi pensamiento, inmediatamente me dijo: “¿Has cenado?  ¿Verdad?” Ya ese detalle fue otro punto menos para él. A ver, cómo iba a cenar antes de las ocho y media de la tarde, que era la función del teatro. “¡Guapo! Te estás jugando todas las papeletas”, pensé. “¿Será roñoso? Porque ya les digo de antemano que eso lo detesto en un ser humano”, pensaba. Quizás yo me había generado una idea errónea de cómo se daría todo, primero ver la obra de teatro y luego ir a cenar juntos e intercambiar opiniones sobre la experiencia, y quizás algo más… Estábamos mirándonos a los ojos, era evidente que estábamos cómodos mientras esperábamos para entrar. Les confieso que cómodo no era la palabra que más me gustaba que me genere un hombre, pero…

Entramos y no quería que notase que era mi primera vez. Yo estaba exaltada, me gustó más aun cuando supe que nos tocó en un palco, cosa que me hacía muchísima ilusión.

¿Sabría él que nunca había ido a un teatro y por eso quiso hacer nuestra primera cita especial? Como hablo tanto y con tanta gente dudaba si se lo podía haber dicho y no recordarlo. Creo que no tendré la respuesta.

 

Me ayudó a quitarme el abrigo (suma un punto) con una delicadeza tal que no quería que se acabara ese momento, a pesar de que todavía el ambiente era bastante fresco. Ni siquiera le escuchaba, quería absorber y retener todo lo que mis pupilas estaban viendo: lámparas, decorado, todo con mucho gusto, parecía que me transportaba a la película “Pretty Woman”. Miré a los palcos de al lado y todo eran parejas, lo que no sabía era si como nosotros, nuestra primera vez en todo.

Quise enseguida poner sentido del humor al asunto porque parecía que sus silencios me estaban agobiando.

“¿Eduardo, crees que la obra de teatro va de sexo?”

Y él me respondió, sonriendo: “Déjate llevar, no seas tan impaciente.”

Le devolví la sonrisa. No sabía cómo decirle que necesitaba ir al baño, me daba vergüenza, pero, con los nervios de tantas emociones y sensaciones, lo necesitaba. Por otro lado, como me esmeré tanto en mi maquillaje y vestuario, quería constatar que todo seguía impoluto. Quería ver su reacción y la de los demás cuando me levantase porque la luz ya era tenue. Ese afán mío por sentirme observada y que me coman con la mirada…

Voy al baño y en el camino me encuentro con un señor. Me sonríe tímidamente, pero con una mirada muy penetrante. Los dos nos apresuramos por llegar al baño y a mí me llamó la atención su manera de mirarme, fue impactante, por un momento me olvidé de que estaba allí en una primera cita con Eduardo, que no dejaba de ser un desconocido.

Salimos a la vez del baño.  Ambos sonreímos y nos presentamos: “Soy Oscar”, me dijo. “Me llamo Cloe”, le respondí.

Cruzamos algunas palabras, pero algo pasó entre nosotros en unos segundos. Me dió una tarjeta, en la cual ponía su nombre, y, sobre todo, su número de teléfono, y otros datos menos interesantes para mí en aquél momento.

“Lo siento, no suelo utilizar tarjetas personalizadas, si te parece bien te facilito mi número de teléfono”, le respondí. Él lo agregó a su agenda del móvil.

Rápidamente miro para entrar al palco, estaba tan perpleja que ya ni sabía cuál era, todo provocado por los nervios que tenía y la presencia de Oscar me había generado, y con el añadido de la emoción que ya tenía anteriormente, era un volcán en erupción de sensaciones y emociones.

Oscar sonríe, me mira sabiendo que estoy desubicada, y me dice: “Tu palco es el siguiente al mío, está delante del nuestro”, y sonríe de nuevo.

No supe qué decir, pero me hubiese gustado irme a su palco. Le percibí divertido. Mi imaginación empezó a volar y no dejaba de pensar en él. No sé qué dominio tuvo sobre vi, pero realmente me abstrajo, se hizo con mi mente, con tan sólo una mirada y dos besos, uno en cada mejilla, al despedirse. Tuvo que sentir el calor que trasmitían las mías, soy una persona emocional y cualquier sensación me provoca mucha excitación. Y él me atraía, desde el primer segundo que me miró.

Me dan tanta vida y me excita tanto la gente divertida y atrevida, pienso que la risa ayuda a liberar endorfinas y serotonina. En esos momentos son los que me arrepiento de ser correcta y no decir lo que me dice mi niña interior que me hace tan feliz cuando la dejo que tome ella las riendas en mis decisiones.

 

Mi niña interior me decía: “Entra en el palco, y le dices a Eduardo sé que apenas nos conocemos y me duele no ser la dama correcta que quizás esperabas, lo siento, espero que disfrutes de la obra, pero yo he conocido a Oscar y no dejo de pensar en él.”

 

No fue así, me dejé llevar por lo correcto y preferí dejarlo en manos de mi pensamiento y fantasear con lo que hubiese podido pasar… Dejé a mi imaginación que siguiese su ritmo sin mostrar un ápice de mi turbación a Eduardo, ni que ya no quería seguir con él en la representación. Siendo una dama como me considero, me mordí la lengua y seguí junto a él como si nada hubiese pasado en ese trayecto al baño y con Oscar. Le intuí inaccesible. Eduardo no se merecía ese trato después de un regalo así, no me sentiría bien tampoco como persona si le abandonaba. Me senté, cuando faltaban segundos para el comienzo de la obra.

 

“¿Todo bien?”, me preguntó Eduardo.

Le respondí: “Sí, claro.” Nuestro palco, y el teatro, era un sitio sorprendente: acogedor, muy lujoso, personas muy vario pintas, me llamaba la atención todo. Comenzó la obra e Oscar no dejaba de mirarme. Ya me estaba alterando, no quería que Eduardo se diese cuenta e hiciese que se perdiera nuestro momento mágico. Al fin y al cabo, fue él quien me hizo ese regalo.

Disminuyó la intensidad de las luces, empezaba la obra, el sonido era el adecuado y las luces perfectas. Parece que todo fluía a que fuese una tarde noche memorable.

Eduardo puso su mano sobre mi pierna y se acercó a mí, me susurró al oído, su tono de voz era tan lento y el aire que desprendían esas palabras en mis oídos me excitó intensamente. Les aseguro que a veces he intentado excitarme así en mis aposentos y nunca he llegado a ese extremo tan elevado y avivado.

Eduardo percibió que sus susurros me excitaban, y siguió diciéndome halagos: “Estás francamente espectacular, tanto, que captas la atención de hombres y mujeres. ¿Te gusta sentirte observada, verdad?

 

Sonreí tímidamente, como cuando te pillan en algo que no quieres que sepan. No quise desvelarle que era algo que me producía mucho morbo. No lo conocía y no sabía cuál sería su reacción ante tal confesión.

Tenía mi bolso en la mano y el teléfono no dejaba de encenderse, ya que al tenerlo en modo silencio, la luz led del móvil, se encendía cada vez que llegaba un mensaje. Todos los mensajes eran de un teléfono que no tenía en mi agenda, era un contacto desconocido. Intuí que era de Oscar, y así lo deseaba mi Gentleman del encuentro hacia el baño. Quería disfrutar de la obra porque era para lo que estaba allí, y disfrutar con Eduardo, que había conseguido sorprenderme. Aunque mi mente quería otra cosa.

 

A Eduardo le estaba gustando mucho la obra de teatro, era como la imagine. Te invitaba a dejar volar la imaginación. Los actores eran muy buenos y con mucha elegancia, pensé al ver el título de la obra que apuntaría a algo como de citas a ciegas o que la obra seria vulgar. En absoluto, ¡qué buen trabajo hicieron esos actores!

Eduardo me cogió de la mano, me hacía sentir incómoda, aunque me parecía tan interesante vivir todas esas sensaciones y experimentarlas con una persona, tan antitética a mí. Eso me provocaba morbo, mucho.

Oscar estaba con su pareja o amante en el palco de al lado, creo que estaban excitados. Se notaba en su forma de acariciarse.

 

“Deja ya de mirar a la otra pareja, se van a dar cuenta”, me decía Eduardo, añadiendo luego: “Estás más pendiente de la pareja, que de la obra de teatro.”

Era cierto, me daba morbo verlos así de excitados y Eduardo sin inmutarse conmigo. ¡Cómo hubiese deseado ser en ese momento la pareja de Oscar!

 

De repente la actriz dijo: “¿Aquí hay alguna pareja que se hayan conocido hoy? Qué levanten la mano.”

Eduardo, sentí en su mirada que no quería confesar que nos habíamos conocido ese día, pero yo estaba deseando jugar y que participase conmigo.

Alzando la mano, muy efusiva y la voz, pero claro mi voz es tan frágil, así que me puse al mundo por montera, y me levanté. “Nosotros, nos hemos conocido hoy”, dije con una gran sonrisa. Sentí la mirada de malestar de Eduardo, y cómo que no le gustó la idea que contase esa intimidad a la actriz

La actriz dijo de nuevo: “¿Y todavía estáis juntos? Esto promete, ¿eh? O los dos sois muy correctos y estáis aguantando el tirón porque sois muy educados. Otra opción es que os gustéis demasiado y queráis que esto acabe para ir a hacer el amor sin parar…”

Ahí la actriz me dejo sin palabras y ya es difícil provocarme un mutismo…

“¿Es así?”, añadió la actriz de nuevo, “¿es así?”, con un tono que invitaba a participar.

Se escucharon muchas risas por parte del público, me encantó la escena, sobre todo por conocer más la reacción de Eduardo. Sin quererlo, esa actriz me estaba ayudando, y mucho, a conocerle.

Enseguida contesté y le dije: “Por mi parte estoy muy a gusto…”

La actriz quería saber más y se dirigió a Eduardo: “¿Usted caballero, piensa lo mismo que su amiga? ¿O usted está deseando que acabe para irse a casa?”

Se notaba en la actitud de la actriz que seguiría preguntando. Y lo hizo: “¿Ya os habéis dicho si os gustáis?”

Contesté, con mi mejor sonrisa: “No, creo que él prefiere ir más despacio o no soy lo que él esperaba, y creo que esta participación en el espectáculo tampoco nos va a ayudar mucho.”

Todo el público empieza a reír —

Eduardo, estaba más suelto y dice, en voz baja: “Luego hablaremos de esto”, con la mirada que no supe captar si era de regañarme o de decirme no lo vuelvas a hacer, pero creo que con tono dulce. Yo estaba feliz, mi primera vez en el teatro y estaba participando indirectamente en la obra. ¿Podía pedir más? pensaba en ese momento.

 

La obra estaba siendo realmente muy divertida, tanto que ya dejé de pensar en si a Eduardo le gustaba o no. Quería disfrutar de la experiencia. Oscar no dejaba de tocar a su pareja, a mí, no sé, si me estaba molestando más aquella situación, por ignorar el trabajo de aquellos actores, que lo estaban haciendo francamente bien, o porque Eduardo no tenía el más mínimo interés por mí. O el ver a Oscar que la estaba tocando, me daba morbo, me estaba excitando y estaba consiguiendo ponerme celosa. Quizás Eduardo era siempre así de poco expresivo.

Mi cara debía de ser un poema, mis pupilas no dejaban de mirar al escenario, no me quería perderme ni un solo detalle de todo. Pero al mismo tiempo no dejaba de observar a Oscar, sus manos muy grandes y esos dedos tan largos, para lo delgado que era. Iba tan apuesto, como sacado de un camerino, digno de un actor para grabar alguna escena de un señor galante en alguna película romántica. Yo no dejaba de visualizarme con Oscar, de verdad les confieso que me sentí sumisa en cuerpo y alma de él.

 

La otra pareja que había en el lado izquierdo de nosotros era de una edad avanzada. Daba gusto escucharlos reír como niños, me inspiraban una ternura y a la vez me transmitían tristeza porque se les acabase la vida en breve, todas sus reacciones indicaban que era una pareja consolidada y con mucho sentido del humor. De repente vi que el señor mayor pellizca el pecho a su mujer, me sacó una sonrisa, y no me atreví a decírselo a Eduardo. No sé porque me imponía tanto respeto, incluso cierto miedo a que si dijese algo fuera de lugar le sentase mal. Creo que el señor mayor observó que yo le vi. Hubo un cruce de miradas entre nosotros cómplices. Me hubiese gustado decirle al oído: “¡Disfrute, esto no pasa todos los días!”

 

Mi imaginación de nuevo, si es que paró en algún momento, empezó a volar y deseaba que a mí me hiciese algo parecido Eduardo, aunque en realidad estaba pensando en Oscar. Tenía ansias de sensaciones nuevas y muy excitantes. Todo invitaba a ello: la obra de teatro, el público, nuestro palco. “¿Por qué no, pensaba, y si empiezo con tocarle y veo su reacción? Lo mismo le gusta…” Porque iba a ser de la única manera, ya que no volvería a participar en la obra. Tenía ganas de mostrarle esa parte sexual que tengo tan escondida y que me daban ganas de airear como si de un abanico se tratase en aquél momento. Quería besarle, averiguar si era apasionado, o solo quería compañía, para no ir solo a esa obra de teatro en la que tanto me hubiese gustado ser protagonista.

 

La obra ya iba por más de la mitad, duraba dos horas y yo necesitaba volver al baño, para mis retoques femeninos, aunque ya iba a ser todo diferente… ¿Cómo sería mi reacción si me volvía a encontrar de nuevo con Oscar?, quien se manoseaba con su pareja como para que los demás lo viésemos, así lo pensaba yo, porque era lo que mi mente excitada y calenturienta pensaba. Que lo hacía para que los demás mirasen, pensaba. Mi cabeza no dejaba de imaginar todas las alternativas, y eran situaciones muy morbosas y excitantes para mí. Llevaba tiempo sin sentir tantas emociones, todas tan fantasiosas y apasionantes.

 

Los actores anuncian su descanso y se encienden las luces. Todos aplaudimos. Miré muy atenta a Eduardo, quería ver después de todo lo experimentado que piensa y siente en ese momento. Me mira entre sorprendido y con cierta lujuria. Su expresión no cambiaba. Esperé a ver su reacción, solo unos segundos después, me lancé sobre él y le besé, pero me apetecía más, aunque con mucho miedo a su reacción y al rechazo, paré. Ya se me olvidó ir al baño. Necesitaba ir con urgencia, iba sin ropa interior y noté que mis fluidos goteaban entre mis piernas, ¿cómo le decía a alguien que no conocía que no llevaba ropa interior?

 

Quería vivir las sensaciones de las otras parejas y quería conocerlo en el aspecto sexual. Despertó a la mujer leona que habita en mí y que nunca sacaba a pasear porque era muy difícil despertar esa parte de mi tan latente y a la vez tan escondida. Eduardo se mostró muy apasionado conmigo, me besó y su lengua era todo un descubrimiento, me miraba y yo sonreía, pero yo tenía unas ganas de prolongar eso que habíamos empezado, y poder allí mismo hacer el amor con él.

 

Sabiendo en mi fuero interior que deseaba a Oscar.

 

Pero algo me decía que ese porte de hombre serio y tan parco algo debería de esconder para que me atrajese tanto. Me preguntaba a mí misma, mientras nos besábamos: “¿Y si no es divertido, si no es hablador?”. Quería pensar que al menos sexualmente sería todo lo contrario, y eso es lo que me mantenía ahí a su lado, en vez de escribir un mensaje a Oscar e irme con él al baño a desatar esa lujuria que ambos nos provocábamos.

Cuando noté a Eduardo tan excitado que todo era posible, le dije: “Dame unos minutos necesito ir al baño, pero quiero que me acompañes y me des la mano.” Nunca había experimentado ir de la mano con un hombre desde que me divorcié. Además, quería que Oscar me viese con él de la mano para que viera que yo estaba con pareja, y ver si eso le excitaba y le provocaba más el conocerme. Hay hombres que les excita estar con relaciones complejas o prohibidas.

“Por supuesto que te acompaño al baño”, contestó Eduardo. “Creo que quieres algo y no sé lo que es”, me dijo.

“Solo quiero disfrutar contigo”, le contesté.

 

Los minutos de descanso vuelan y ya estamos de nuevo en el palco: todo había salido bien… Me esperó como un caballero en la puerta de los servicios, aunque yo hubiera preferido que entrase conmigo y hacer el amor allí mismo, dentro del habitáculo…

 

Pero no fue posible, aunque a mí el sentido del humor me excitaba mucho, y esas risas con la actriz, la complicidad del público, el morbo de las parejas. Todo ese conjunto de situaciones me ponía francamente caliente, y el olor de Eduardo, era un perfume tan especial, no había olido nunca, y mi sentido del olfato también conseguía provocarme… Quizás ambas sensaciones estén conectadas. ¿Si me gusta lo que huelo? Lo deseaba… Nos sentamos cogidos de la mano. Miré a los señores mayores para que viesen que seguía manteniendo su secreto y ojalá me hubiese atrevido a decirle a Eduardo lo que se me pasaba por la cabeza…

 

Se apagaron las luces, empezó de nuevo la función. Mi estado de felicidad se notaba, creo que mis pupilas me delataban, no las podía controlar.

“¿Qué te está pareciendo la obra?”, me preguntó Eduardo.

Respiré hondo, y le dije: “Todo esto es nuevo para mí, y no me puedo creer lo que me estás haciendo disfrutar con este regalo. Ni te puedes imaginar lo que se me pasa por la cabeza y lo feliz y excitada que me siento.”

Me miró con cara de pavor, pero yo le dije, susurrándole en el oído: “Me apetece que me toques aquí en el palco, que me acaricies… Quiero experimentar esa sensación contigo y aquí…” Pero en realidad no era sincera, me apetecía hacerlo con Oscar, y se lo quería pedir a él.

Continué: “No te lo he dicho, pero es mi primera vez, jamás había venido a un teatro y estoy como si viviese un cuento.”

Eduardo me responde: “Pídeme lo que quieras”. Esas mismas palabras pertenecen al título de un libro de Megan Maxwell, no sé porque intuyo que él no sabe de la existencia de ese libro que es muy erótico y con mucho éxito entre el público femenino.

Y yo no dejaba de sonreír como una tonta, porque estaba francamente nerviosa, no sabía si él era consciente hasta donde sería capaz de llegar en la penumbra del palco. Porque ni yo misma lo sabía. Sentía miedo por defraudar a Eduardo, quizás su única intención era llevarme a una obra de teatro y que todo pasase de una manera discreta y natural. Lo que él no sabía es que conmigo nada fluye de manera natural. Todo tiene que ser especial, diferente e imprevisible. Me aburre soberanamente la monotonía.

Empecé a susurrarle al oído que me tocase, que acariciase todo mi cuerpo, que hiciera lo que le apeteciese en ese momento. No fui honesta, deseaba a Oscar, pero estaba tan excitada que ya solo quería llevar a cabo mi fantasía y que apagase ese tremendo ardor, ese fuego íntimo que me estaba provocando un desconocido, solo con un cruce de miradas. Era como un instinto animal y quizás lujuria lo que me provocaba, todo sin saber si Eduardo sería tan parco también en el tema sexual.

Su respuesta fue: “¿Estás segura de que quieres jugar? ¿Hasta el final?”

Le respondí, mientras le ponía la mano en la entrepierna: “Siempre… Siempre tendré ganas de jugar y más si el ambiente te invita…”

Ya mis labios, mis ademanes mi lenguaje no verbal se lo pedían a gritos. Creo que hasta los actores se estaban percatando que yo estaba en un estado de excitación incontrolable. Me latía el corazón a mil por hora y al mismo ritmo mi vagina se contraía. Eduardo estaba paralizado, pero creo que desperté al león que habitaba en él y también esa parte masculina y de lujuria que todo hombre tiene pero que muchos niegan, porque nunca habían dado con alguien que les provoque vivir esas sensaciones.

 

A veces el tiempo no lo controlamos y cuando nos dimos cuenta estaba todo el mundo aplaudiendo con mucho énfasis. La obra había acabado. Eso sí, a Oscar, tengo que contestarle. Me encanta conocer a gente, y si se cruzó en mi camino será por alguna causalidad. Nos despedimos en la puerta del teatro, con un beso apasionado, y lleno de promesas. Llegué a la puerta del parking, y le escribí un WhatsApp a Eduardo, diciendo: “Mi querido Eduardo, gracias por esta experiencia que al final el tiempo no nos dejó terminar. Ha sido un placer.” Y en mi pensamiento se quedaron estas palabras: “Pero que sepas que tengo planeado volver a visitar de nuevo la misma obra, el mismo teatro. Las cosas que bien empiezan bien acaban”, seguro. Así sería cuando llamase a Oscar y le propusiera ir juntos…

 

Pero no llegué a poner en marcha el motor del coche. Necesitaba escribir a Oscar, y lo hice. “¡Hola! Oscar. Soy Cloe y no he podido esperar a llegar a casa y responder a tus mensajes. ¿Sigues acompañado?”

Me contestó en unos segundos, que se me hicieron eternos: “No, bueno sí, pero voy a acompañarla hasta su casa. Te me has adelantado en escribir, pero entiende la situación… Quería dejar a mi pareja en su casa, ya que no vivimos juntos, y escribirte tranquilo. ¿Dónde quedamos y voy a buscarte? Necesito verte, me has embrujado, no he disfrutado de la obra de teatro porque has estado en mi mente constantemente.”

Le respondí: “Yo también estoy deseando verte… ¿nos vemos ahora?”

Enseguida me mandó un nuevo mensaje: “Mira la ubicación del hotel que te he enviado. Ves hacia allí con tu coche si no te pilla lejos y tu ubicación. Si lo prefieres coge un taxi.”

Le contesté: “No, estoy muy cerca”, mientras buscaba la ruta en el Google Maps.

Me respondió: “Dame media hora y estaré allí. Hay un piano bar y tenemos una mesa reservada, pregunta por Oscar… Espérame allí, cuento los minutos por volver a verte.”

 

Llegué con tiempo de sobra. Antes de bajar del coche, me doy unos retoques en mi rostro y pelo, y limpio mi sexo con unas toallas húmedas. Aunque en cierto modo quería que viese como estaba de excitada por una persona que solo habíamos intercambiado una mirada. Pasé al hotel fui hacia la recepción, con mi vestido de noche y el abrigo blanco, me sentía como salida de una novela parisina.

Hice el check-in, la recepcionista me dijo que no me preocupase que ya había hablado Don Oscar con ellos: “Si a usted le apetece le puede esperar en la sala del piano Bar y allí puede pedirse un cóctel, así lo ha dejado encargado.”

 

Me pedí un vino, aunque era hora de un coctel, pero el vino me generaba un estado de desinhibición que era lo que necesitaba justo en esos momentos. ¡Qué hotel más bonito y romántico! Música de piano en directo… ¿Sabría qué me apasiona el piano? Claro que eso era completamente imposible… pero me hacía ilusión pensar en esas maravillosas coincidencias… Giré la cabeza, esperando a mi galán mientras degustaba un excelente vino tinto. Le vi llegar, a mi caballero andante. ¡Qué nervios! Quería que se paralizase el mundo por unos días. Me tenía eclipsada totalmente.

Me levanté para que viese dónde estaba y hacerme notar entre los demás clientes. Ya me había visto, era más que evidente, su sonrisa y esos ojos buscaban a su dama del teatro. Creo que hasta la temperatura del piano bar subió por nuestras muestras de deseo incontrolado.

Se acercó, voy a darle dos besos y él me retira el pelo y me muerde en el cuello muy suavemente, eso me produjo un escalofrío por todo mi cuerpo. Intenté controlar mis impulsos, porque le hubiese pedido que siguiese y que le deseaba de una manera desenfrenada.

Me daba pudor decirle todo lo que había provocado en mí. Me sentía como una mujer impura, quería que me  allí mismo, que me subiese a ese piano me levantase mi vestido, me tocase con esos dedos que fue la imagen que más me llamó la atención del teatro ya que los deseaba dentro de mi vagina. Pero Oscar supo controlar sus deseos que eran los mismos que los míos.

 

Me dijo en un susurro: “He reservado una mesa para cenar, y nos tomamos un vino y después vemos, ¿te parece bien?”

“No solo me parece bien, sino muy acertado, porque no he cenado”, le contesté.

Pasó alrededor de hora y media, el vino y el marisco que nos pedimos nos hizo olvidar todo nuestro pudor y ya noté su pie entre mis piernas. En ese momento sacó el móvil, ahí me sentí muy incómoda, pero lo entendí. Imaginé que escribiría a su pareja. Empezó a escribir y de inmediato me salta un mensaje, era de Oscar. Decía: “Quítate las bragas y dámelas, por favor.”

Me incliné sobre la mesa (era una de esas pequeñas, pero tan íntimas, de los restaurantes de postín), y le susurré al oído: “Siento decirte que no llevo, ahora necesito ir al baño.” Al levantarme, le vuelvo a susurrar al oído que pida chocolate y champán, como nuestro postre. Desde siempre es algo que me excita mucho más que una penetración. En el baño me apetecía hasta acariciarme yo sola, del nivel de excitación que tenía. Unos retoques y de vuelta para nuestra mesa. Allí no había ni champán ni chocolate, ni siquiera estaba Oscar. Mi corazón empezó a latir a mil por hora. ¿Cómo podía hacerme esto, pensé? ¿Me ha dejado plantada por no llevar ropa íntima?

 

En ese momento se acercó un camarero, y me dijo: “Don Oscar se ha encontrado indispuesto y me ha dicho que le diga que la espera a usted en su habitación.” Me llega otro mensaje de él, donde me pone el número de planta y habitación. La 336. Subí en el ascensor hasta el tercer piso, sintiéndome como el que va a tocar las nubes. Llamé suavemente, allí estaba Oscar tan sumamente sexual. Había en la habitación de todo lo que se me había pasado en algunas de mis fantasías: Fresas. Chocolate. Champán. Y un mullido albornoz de rizo de algodón de color blanco.

Le pedí que se duchase conmigo. Me apetecía tanto estar con él bajo los cálidos chorros de agua caliente y sentir como esta se llevaba todo el mundo real…Yo no quería que quedase rastro de Eduardo en mi piel. Quería que fuese él quien lavase mi tesoro más intimo, que se echase gel en las manos y me acariciase. Siempre he tenido la fantasía que un hombre me lave mi cuerpo, pero lo que más me excitaba era pensar cómo lavaría un hombre esa zona tan delicada y a la vez tan poderosa.

Me dijo que no, lo percibí muy rotundo y con mucha seguridad. Añadió: “No es por no ducharnos juntos mi dulce, Cloe, quiero imbuir y calarme todo tu olor corporal y lamer tu vulva. Ya habría tiempo de ducharse después…”

 

Practicamos sexo durante toda la noche. Empezó con unos besos muy apasionados, muy suaves y lentos. Quería más intensidad e implorárselo, pero mi pudor no me dejaba demandarlo, aunque lo que deseaba era más intensidad. Lo que hice fue poner yo ímpetu empecé a morderle, le mordía, nos abrazábamos como si nunca nos volviésemos a ver… Nunca me habían hecho el amor con tanta pasión y ni se habían molestado en ir más allá de la zona íntima. Oscar, acarició con su lengua impregnada de chocolate tibio cada centímetro de mi cuerpo. Estaba claro que ese hombre el Todopoderoso me lo había puesto en mi camino para que realizase mis fantasías tan guardadas en mis pensamientos y que ya pensaba que me iría sin realizarlas. El champán me lo echaba por mi pubis, y él, como si de una fuente se tratase, esperaba para llenar su boca de burbujas con sabor a mis fluidos, con restos de ese intercambio de líquidos me lo introducía en mi boca. Yo estaba sedienta de placer y experimentar.

 

Me ató las manos muy suavemente, y me dijo que no le tocase con mis manos que solo lo hiciese con mi lengua, y me puso un antifaz. Aquello en lugar de darme respeto o miedo, consiguió el efecto contrario, llevarme a suplicarle que me metiese su miembro masculino que tanto deseaba ver, no quería más caricias ni más añadidos eróticos, quería sentirle dentro de mí, y luego seguiríamos con todos los juegos que ambos deseásemos. Primero introdujo mis dedos, los saco y lamió. Creo que quiso comprobar si estaba lo suficiente lubricada.

Me quitó el antifaz, me miró con ansia y me dijo, con una mirada de lujuria y perversión: “Creo que vamos a disfrutar mucho… Sube encima de mí y cabalga, mueve tus caderas como lo hacías caminado yendo al cuarto de baño en el teatro.”

Sus manos las puso en mis caderas, que se escurrían debido al chocolate, pero tenía mucha fuerza en ellas y me marcaba muy bien el ritmo, yo iba a estallar de placer. Estuvimos horas realizando sexo de todas las formas que un ser humano se puede imaginar, e incluso más de las que nunca imaginé.

Todo, absolutamente todo lo que había fantaseado en mi intimidad e imaginado, Oscar lo estaba llevando a cabo. Aquella noche fue mágica. Fue un encuentro que prometía seguir engrandeciéndose, haciéndonos soñar, y al día de hoy nadie ha superado excitarme ni darme el placer que me sigue dando mi pareja, Oscar, eso sí, tenemos más cuidado porque a él una noche manteniendo relaciones, casi le dio un infarto.

 

Nuestro deseo con el tiempo fue a más, según nos conocíamos nos gustábamos y nos admirábamos más, y sabíamos complacernos mejor si cabe. Parecía que la vida ya me había dado mi premio con él, todo de él estaba hecho con las medidas exactas de todo su cuerpo y con esa mente tan despierta y vivaz, que me enamoraba cada día más…

 

PD: No dejen de ir al teatro nunca.

 

 

 

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